domingo, 21 de noviembre de 2010

Anatomía de la gran cachetada

Desde un punto de vista estrictamente técnico, la sonora cachetada de Graciela Camaño a Carlos Kunkel fue impecable. Erguida, se afirmó bien en los dos pies, se acomodó para su mejor perfil, midió a la presa con un punteo de la mano izquierda y sacó el jab de derecha recto, de poco recorrido (lo cual neutraliza cualquier intento de defensa), que gracias a la mano abierta fue a dar en forma envolvente contra la boca del diputado. Fue un estilete certero porque la agresión estaba dirigida allí, a esa boca lacerante que es la principal arma del rival. Terminada la faena, la Camaño hizo un leve gesto con la cabeza, como de orgullo y reafirmación gozosa, y tomó prudente distancia. En realidad, no hacía falta, porque Kunkel, finalmente un caballero, no hizo el menor ademán de responder.

Insisto: analizada la acción desde la ortodoxia pugilística, GC tuvo una performance irreprochable. Como para desmentir a todos los que dicen que nuestros legisladores son unos improvisados. Pero claro: eso no era ni el Luna Park ni la Federación de Box, sino la Cámara de Diputados, y entonces es lógico que haya predominado una comprensible indignación. Y si todo el mundo vio la imagen una y otra vez, no lo hizo para regodearse, sino, pienso, porque se tenía la absurda ilusión de que en el televín se viera que la palma picante de doña Graciela se había detenido milímetros antes de llegar a destino.

El episodio -verdadero hit en Youtube, qué duda cabe- dará que hablar durante meses y años, y no sólo por sus ribetes escandalosos. Me permitiré aquí, con total humildad, tratar de emular al escritor español Javier Cercas en su magistral Anatomía de un instante , probablemente el mejor libro que se haya escrito sobre el "Tejerazo". Al igual que el "Cachetazo", aquel golpe de febrero de 1981 tuvo por escenario el Parlamento.

Como Cercas, vamos a detener la imagen de anteayer. ¿Qué vemos cuando vemos a la Camaño acercarse a su víctima? Vemos a ella, expertísima en los meandros parlamentarios, querida, respetada y admirada por sus colegas de todas las bancadas; vemos a una mujer con años de militancia. Y también vemos que es la esposa de Luis Barrionuevo, arquetípico dirigente sindical peronista, esa clase de persona que una caricatura presentaría como medio fascistoide, pícaro, corporativo, conservador, que odia al zurdaje. Digamos, la mano derecha de Perón.

¿Y qué vemos cuando vemos a Kunkel allí sentado, de traje, discurso elaborado y filoso, cabeza bien armada, intelectual con acción? Vemos a un ex dirigente montonero, a los idealistas violentos de la década del 70, a la JP revolucionaria, al activista de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Plata, al jefe de los militantes Néstor Kirchner y Cristina Fernández, a la "juventud maravillosa" que el General tenía en su puño izquierdo.

La escena sigue congelada. Vemos llegar a la Camaño, pero podríamos decir que no viene sola. Hay mucha gente que quiere cargarle la mano. Hay muchos peronistas que la empujan, incluso contra su voluntad y convicciones: están los que el 20 de junio de 1973 fueron a Ezeiza a limpiar el camino de regreso del General, ahogando en sangre a los revoltosos de izquierda; están los sindicalistas que se quedaron en la Plaza de Mayo el 1° de mayo de 1974, cuando Perón echó a los "imberbes" y "estúpidos" de la JP y de los montos; están los peronistas que votaron a Menem y que hoy votan al PJ Federal, y también están, alzando el brazo de GC, los millones de antikirchneristas rabiosos, de cualquier partido o de ningún partido, que no soportan más el reinado K.

Es decir, hay mucho ayer y mucho hoy; hay mucha historia atragantada detrás de esa mujer que se dirige a un hombre que tampoco está solo. A Kunkel lo escudan "la orga" (la de antes y la reciclada de estos días), las Madres de Plaza de Mayo, intelectuales, estudiantes, obreros, piqueteros, organizaciones de base.

Descongelemos la escena. Allí va la mano tiesa, con ánimo de revancha, y se estrella contra la boca que expresa el poder. Vuelta a observar completa, la acción dura apenas un instante. La anatomía de ese instante puede verse como una formidable clase de boxeo, pero antes, mucho antes, como otro capítulo en la historia de un duelo que no se termina de cerrar
(Vía: La Nación)

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